Hoy en día, se señala que el género es simplemente una construcción social, que no es más que un “conjunto de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales” elaboradas para cada uno de los sexos por la sociedad (Barbieri, 1993). Afirmar esto es tanto despertar el temor a lo desconocido y a lo que vendrá de la mano de los tiempos nuevos que modifican lo tradicional como despertar la concentración de anhelos postergados.
Existen una inmensa cantidad de estereotipos que nos han hecho caer en roles preestablecidos bajo el nombre del género. Existe el supuesto de que la masculinidad tiene que ser asociada con la fuerza; desde niños los varones son socializados para resolver problemas mediante actitudes muy competitivas o por la fuerza; lo que los lleva a la conclusión desde muy temprana edad de que el uso de la fuerza es aceptable para resolver conflictos. Por otro lado, se concibe a las mujeres como más débiles y por lo tanto se las asocia con conceptos como dulzura, sumisión y obediencia lo que las ha llevado a la conclusión de que su único objetivo en la vida es el de cuidar a los demás.
Consecuencias de los estereotipos de género
Cuando estos estereotipos de género son naturalizados tenemos la idea de que las mujeres están hechas para servir, por lo que deben quedarse a cuidar de los hijos y a hacer los labores domésticos; mientras que el denominado como “hombre de la casa” es quien debe salir a trabajar para llevar el sustento a su hogar.
Todos estos estereotipos y diferencias entre sexos hacen que exista cierto dominio por parte de los hombres dentro de sus familias y la sociedad, al ser ellos los que llevan el dinero a sus casas tienen cierto poder y merecen cierto respeto; a esto se le denomina como androcentrismo. De este modo, las características, las actitudes y los valores considerados “masculinos” (por ejemplo: fuerza, valentía, inteligencia, y otros) son evaluados de manera positiva, y los individuos que los poseen tienen un estatus superior; al tiempo que los símbolos definidos como “femeninos” (debilidad, cobardía, sensibilidad, pasividad y cosas por el estilo) son devaluados o por lo menos vinculados con la ambigüedad o la dualidad (Bourdieu, 2000).
Coria, explica que las mujeres cargando la culpa ante cada cambio, van hacia el futuro acosadas por fantasmas de amenaza de desamor, de soledad y sobre todo desamparo al no tener un hombre-superman-padre que les garantice protección y bienestar. Fantasmas que hacen creer a las mujeres que ser independientes es sinónimo de ser merecedoras de un mundo salvaje, se les da la idea de que su seguridad está en la dependencia
Por otra parte, para los hombres, no es fácil zafarse de la responsabilidad que la sociedad impone de proveedores económicos, dejar de cumplir ese rol, es hacer frente a la censura social (Coria, 1991). Los hombres, al estar acostumbrados a los cuidados y atenciones de su madre, buscan a alguien que los atienda, ya que no se sienten capaces de hacer las cosas más banales por ellos mismos. Temen que su pareja se desarrolle profesionalmente o aún peor, que obtenga más ingresos que ellos, ya que ser un “mantenido” los haría sentirse fracasados.
La Escuela como clave en la identidad de los alumnos
La escuela infantil constituye el primer espacio de socialización ajeno al núcleo familiar por tanto, contribuye al desarrollo de los niños y las niñas en sus primeros años, ofreciendo oportunidades de experiencias y de aprendizaje.
En pocas palabras, en la escuela se aprende a desempeñar roles y a expresar los comportamientos apropiados a cada sexo según las normas establecidas, se transmite y refuerza el código del género y, junto con la familia, contribuye a mantener y reforzar los estereotipos sexuales presentes en la cultura.
Estas diferencias en la valoración de comportamientos, actitudes y valores atribuidos a uno y otro sexo pueden reforzarse si la escuela mantiene diferentes expectativas ante los sexos orientando y limitando la personalidad hacia el modelo social masculino o femenino, o bien pueden corregirse con intervenciones intencionadas que traten a los dos sexos desde la perspectiva de la igualdad de oportunidades.
Las relaciones que se establezcan en el centro educativo y las oportunidades de aprendizaje que éste ofrezca a los niños y a las niñas tendrán suma importancia al constituir modelos diferentes a los vividos en sus respectivos hogares.
Se debe lograr el paso de una escuela simplemente mixta a una escuela coeducativa. Una escuela que produce una auténtica socialización, que deja de ser una institución patriarcal y transmisora de los roles masculinos como universales y da paso, en fin, a una escuela donde la igualdad sea una realidad plena.
Estrategias para evitar la discriminación de género
Como docentes, parte de nuestro trabajo es hacer que las y los alumnos se sientan libres de ser y actuar sin importar si son niñas o niños. Es importante, colaborar con las familias para que eliminen la posible transmisión de estereotipos. Es fundamental evitar la diferencia de trato en cuanto a valoración por sexos, utilizar un lenguaje no discriminatorio, pero más importante, aclarar que las diferencias biológicas no implican diferencias conductuales .
- Observar y escuchar a las niñas y a los niños
Detenernos a escuchar qué conceptos manejan respecto a los géneros y qué actitudes tienen cuando se relacionan con sus iguales, para saber a qué nos enfrentamos.
- Destruir los prejuicios entre las niñas y las niños
Cuando afirman algo categóricamente como por ejemplo, decirle “nena” a un niño que siente miedo, hay que responder con una pregunta: ¿por qué? Al tratar de razonar el prejuicio, éste acaba autodestruyendose.
- Implicar a las niñas y niños en las actividades escolares
Asignarles responsabilidades o actividades cotidianas que tradicionalmente han sido consideradas “cosas de mujeres” o “cosas de hombres”. Un ejemplo, podría ser dejar de hacer distinciones en los deportes, hacer que el equipo de fútbol de la escuela sea mixto así como el grupo de danza. Esto da libertad a las niñas y niños para elegir a cual de ellos entrar, sin miedo al qué dirán sus compañeros.
Es fundamental, que nos percatemos de que las niñas y los niños nos observan, repiten nuestras palabras e imitan nuestros comportamientos. Ven cómo nos relacionamos con ellos, con nuestros colegas, con nosotros mismos, con el entorno familiar y con la sociedad. Los patrones de comportamiento se aprenden y no es sencillo desligarse de esta influencia. Evitemos roles, tópicos, lugares comunes respecto al género, y dejemos que vayan creando sus propias opiniones desde el respeto y la empatía por lo diferente.
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